miércoles, 28 de octubre de 2009

1ª Parte : Duendecillos



Comencé a sentirme levemente cansada, pero no podía dormir y me temblaban las manos, de escalofríos, pensé. Estábamos en comienzos de una calurosa y soleada primavera, llena de bichos y colores, no me gustaba, por lo mismo prefería resguardarme en mi habitación que era oscura, melancólica, serena, y hasta olorosa, no se sentía el batir del viento ni el pasar del tiempo, era una burbuja privada y silenciosa, así me gustaba.

No tardaron en volver las jaquecas y los ruidos molestos a la hora de dormir, no tardaron en volver así mismo las detalladas y escalofriantes pesadillas.

La luz un poco más tibia que otras veces se filtraba por mis obscuras cortinas hiriendo mis ojos y provocando un sin fin de majestuosas pero a la vez tenebrosas sombras en la habitación, se movían y buscaban cosas, hacían correr los cajones y rehuían a la luz de la lámpara, lo hacían con intención, se escondían en el closet y cuando menos los esperaba volvían y trepaban por mis ropajes a la cama y saltaban sobre ella, roían mis pijamas y mordisqueaban mis pies, para cuando pudiera dormir nuevamente volvían a enmarañarse en mi pelo. Si cerraba los ojos era peor, porque sentía su respiración, sentía el rozar del cuerpo contra el mío, sentía como sus dientes mordisqueaban mis pies y los babeaban, podía sentirlo todo, y yo que pensaba que sólo eran pequeñas sombras causadas por la filtración de luz.

Intente muchas veces cerrar bien las cortinas para que no entrara luz a la pieza, pero fue así como me di cuenta que la filtración no era el problema, ellos siempre estuvieron ahí sólo que por un tiempo con esa luz pude verlos teñidos como sombras en la obscuridad. Ahora sin luz era más peligroso, porque no sabía que iban a roer y desarmar esta vez, mi habitación comenzó a oler mal y la ropa nunca estaba en un mismo lugar, las velas se apagaban solas y la cama se movía levemente mientras intentaba dormir, mi habitación no fue pacífica nunca más.

¿Habían duendecillos en mi habitación?, busqué una bruja y conjuré unos cuantos hechizos para que me librara de aquella maldición, pero no funcionó, los duendecillos se pusieron más insoportables, ahora siempre querían jugar a los tesoros, me dejaban pistas y el premio era un buen sueño, nunca encontré todos los tesoros, no volví a tener buenos sueños desde entonces, los duendecillos se habian robado mi cabeza también.

Me extrañó muchas veces que mi madre no me castigara por el desorden de mi habitación, ni que me preguntara donde estaban las cosas perdidas, llegué a pensar que ella era aliada con los duendecillos y querían que jugaramos todos juntos.

No alcanze a preguntarle a mi madre por los duendecillos de mi habitación, porque para cuando ellos decidieron dejarme, yo ya no vivía en mi habitación obscura y silenciosa, ahora era una habitación más pequeña con mucha luz y nada de sombras para asustarse, una almohada muy comoda de plumas y una pijama que nunca se rompía, las murallas eran suaves y me daban 'aspirinas' constantemente, creí que por eso no me dolía la cabeza, pero aún tenía malos sueños, me despertaban, pero no podía recordarlos.

Ahora todo era más lento, mi mamá vendrá en unos días, podré contarle lo de los duendes sin que se asuste, porque ya se fueron mamá... ya se fueron y ahora estoy sólo yo.

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